Esta obra nos confronta con una presencia poderosa y simétrica, un ejemplo perfecto de cómo Gerzso fusionaba la arquitectura y el retrato en lo que podría llamarse un "personaje-paisaje". La pieza funciona simultáneamente como la fachada de un templo antiguo y como el rostro de una deidad o un espíritu ancestral.
La composición, rigurosamente frontal y equilibrada, es una referencia directa a la monumentalidad de la arquitectura precolombina. Gerzso no está dibujando un edificio, sino que está construyendo en el lienzo la esencia de un espacio sagrado: su orden, su geometría y su imponente silencio. Los tonos grises y blancos dominantes le dan a la estructura la cualidad de la piedra, mientras que los acentos ocres y anaranjados la conectan con los colores de la tierra y el tiempo.
La estructura se revela como una máscara o un rostro. Fiel a sus raíces surrealistas, Gerzso utiliza la geometría para explorar la psique. Las formas complejas y entrelazadas no son adornos, sino que sugieren las capas de una identidad o la estructura de la memoria.
Dentro de esta construcción de piedra, los vibrantes toques de color azul actúan como "fisuras" o ventanas. El azul en su obra a menudo representa lo místico, el agua o el cielo. Aquí, son atisbos de una energía interior, la vida espiritual contenida dentro de la arquitectura. Son la "centella" de emoción dentro de la estructura "glacial" y controlada.
En definitiva, esta obra es un ícono moderno que resume la visión de Gerzso. Logra un equilibrio perfecto entre lo externo (la arquitectura) y lo interno (la psicología), creando una imagen que es a la vez un homenaje a la permanencia del pasado prehispánico y un mapa de un complejo universo interior.
Gunther Gerzso, Hechicero, 1988
Serigrafía sobre Papel 68/100
54cm x 44.5cm
Cuenta con certificado de autenticidad de la Galería de Arte Mexicano




