Marcia Weisman: La Coleccionista que le Construyó un Hogar a la Vanguardia de L.A.
- ACCO
- 27 sept
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¿Qué sucede cuando una escena artística "salvaje" y contracultural madura? Después de las exposiciones rompedoras, de las noches de debate en los estudios y de la creación de obras que desafiaron todas las convenciones, ¿cómo se asegura una comunidad de que su historia no se pierda en el tiempo? La respuesta a menudo reside en la visión de un tipo diferente de pionero: el coleccionista que se convierte en constructor. En Los Ángeles, esa figura fue Marcia Weisman. Más que una coleccionista de primer nivel, fue la arquitecta institucional de la escena, la mujer que, con una mezcla de pasión, tenacidad y una red de contactos inigualable, lideró la carga para construir el hogar que la vanguardia de L.A. merecía: el Museo de Arte Contemporáneo (MOCA).

El Salón de Beverly Hills: Creciendo Entre Obras Maestras
La pasión de Marcia Simon Weisman por el arte era casi genética. Su hermano era Norton Simon, uno de los industriales y coleccionistas más formidables de Estados Unidos, cuyo nombre hoy adorna un museo en Pasadena. Crecer en la familia Simon significaba vivir rodeada no solo de conversaciones sobre negocios, sino de obras de arte. Para Marcia, un Degas o un Picasso no eran imágenes en un libro, eran presencias en su vida, parte del tejido de su cotidianidad. Esta inmersión temprana le dio un "ojo" educado, pero también una confianza natural y sin pretensiones para acercarse al arte más radical de su propio tiempo.
Cuando se casó con Frederick Weisman, esta pasión se convirtió en una misión compartida. Su casa en Beverly Hills se transformó en mucho más que un espacio doméstico; se convirtió en el salón de encuentro no oficial de la escena de L.A. Una anécdota famosa cuenta que, a partir de 1960, Marcia organizaba "clases de proselitismo" mensuales para coleccionistas novatos, impartidas nada menos que por los directores de la Ferus Gallery, Irving Blum y Walter Hopps. En su sala, con un imponente Willem de Kooning colgado en la pared, estos jóvenes coleccionistas aprendían a entender y apreciar el arte de su tiempo, con la propia Marcia como anfitriona y principal evangelista.

La atmósfera en casa de los Weisman no era la de un museo silencioso y formal. Era un epicentro de energía. En sus legendarias fiestas, las conversaciones y el alcohol fluían mientras artistas como Ed Ruscha, Sam Francis y Richard Diebenkorn se mezclaban con estrellas de Hollywood, arquitectos y escritores. Marcia era el centro de este universo, una anfitriona brillante que no solo amaba el arte, sino que amaba a los artistas, creando un espacio donde se sentían bienvenidos, escuchados y, sobre todo, apoyados. Su hogar era la incubadora de la comunidad artística de L.A.
Su colección, además, era una declaración de intenciones. Mientras muchas colecciones de la Costa Oeste se centraban en arte europeo, los Weisman construyeron un puente entre Nueva York y Los Ángeles. Fueron de los primeros en L.A. en adquirir obras monumentales de los Expresionistas Abstractos como Clyfford Still y Barnett Newman, y las colgaron junto a las de los nuevos y audaces artistas Pop como Andy Warhol y James Rosenquist. Al yuxtaponer a los maestros de la Escuela de Nueva York con la vanguardia local, estaban haciendo una declaración poderosa: el arte de California no era una nota al pie de página, sino el siguiente capítulo de la gran historia del arte americano.

El Sueño de un Museo: La Batalla por el MOCA
La historia del MOCA comienza, como muchas grandes historias, en una cena. En 1979, durante un evento de recaudación de fondos, Marcia Weisman estaba sentada en la misma mesa que el alcalde de Los Ángeles, Tom Bradley, y el concejal Joel Wachs. Con su franqueza característica, Marcia expuso la gran paradoja de la ciudad: era una capital creativa de talla mundial, pero carecía de un museo dedicado al arte contemporáneo. El alcalde estuvo de acuerdo y, semanas después, se formó el Comité Asesor del Museo del Alcalde. Marcia, por supuesto, estaba al frente.
Aquí comenzó la verdadera batalla. El escepticismo era enorme. La élite tradicional de L.A., más acostumbrada a apoyar orquestas sinfónicas y museos de arte histórico, veía un museo de arte contemporáneo como una empresa arriesgada, costosa y quizás demasiado "nicho". Hubo una resistencia considerable de las instituciones existentes, que temían que un nuevo museo desviara fondos y atención. Weisman se enfrentó a una ciudad que aún no estaba convencida de que su propia escena artística de vanguardia mereciera una institución de esa escala.
Pero Marcia era una fuerza de la naturaleza. Su casa se convirtió en el cuartel general de la campaña. Hizo cientos de llamadas, organizó almuerzos y cenas, y usó su formidable poder de persuasión para unir a las facciones. Fue ella quien convenció a figuras clave como el filántropo Eli Broad y el empresario Max Palevsky para que se unieran a la causa. Consiguió un compromiso crucial de la Atlantic Richfield Company (ARCO), cuyo apoyo financiero dio la primera gran señal de viabilidad al proyecto. Era una operadora política magistral, moviendo los hilos con una tenacidad que desarmaba a sus oponentes.
Su golpe de genio, sin embargo, fue entender que el museo necesitaba el alma de los artistas para ser auténtico. Fue instrumental en la creación del Consejo Asesor de Artistas, invitando a figuras como Sam Francis y Robert Irwin a participar en la visión del museo. Esta fue una jugada brillante: no solo aseguró que la institución tendría credibilidad artística desde el principio, sino que unió a toda la comunidad en torno a un objetivo común. No estaba construyendo un monumento para los coleccionistas; estaba construyendo un hogar para los artistas, y eso marcó toda la diferencia.
La Colección Fundacional: Un Legado de Generosidad
Para que el nuevo museo naciera con credibilidad, necesitaba una colección de clase mundial desde el primer día. Weisman sabía que la única manera de lograrlo era que los propios fundadores dieran el primer paso. En un acto de generosidad sin precedentes, ella y otros cinco coleccionistas clave firmaron un acuerdo para donar partes sustanciales de sus propias colecciones, un patrimonio valorado en ese momento en 6 millones de dólares.
Marcia Weisman lideró con el ejemplo. En su testamento, legó al MOCA 83 obras maestras de su colección. No eran piezas secundarias. La donación incluía obras fundamentales de pilares del arte estadounidense como Willem de Kooning, Barnett Newman y Jasper Johns, así como de artistas californianos clave como Richard Diebenkorn y Sam Francis. Estas obras no solo enriquecieron la colección del museo, sino que le dieron una profundidad histórica instantánea, conectando la escena de Los Ángeles con la gran narrativa del arte estadounidense del siglo XX. Un regalo que hoy es invaluable.
El Legado
El legado de Marcia Weisman es el de una coleccionista que entendió que su responsabilidad iba más allá de sus propias paredes. Vio que el arte que amaba y la comunidad que había ayudado a nutrir necesitaban una institución para preservar su historia y compartirla con el mundo. Si la Ferus Gallery fue la cuna donde nació la escena de L.A., el MOCA, impulsado por la visión y la determinación de Weisman, fue su consagración en la historia. Ella no solo coleccionó las obras maestras de su tiempo; le construyó un hogar para la posteridad.
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