L.A. Cool: El Arte Nacido del Sol y la Laca de Coche de Los Ángeles
- ACCO
- 5 sept
- 6 Min. de lectura
Imagina el sol de California a media tarde. No cae sobre un lienzo, sino sobre el capó recién encerado de un coche custom, una superficie tan pulida que parece líquida. Imagina ese mismo sol filtrándose a través de la resina translúcida de una tabla de surf, creando un color que no parece de este mundo. A principios de los años 60, un grupo de artistas en Los Ángeles dejó de mirar a los museos de Europa en busca de inspiración y la encontró aquí: en los talleres de coches, en la cultura del surf y en la luz cegadora del Pacífico. De esa mirada nació una de las estéticas más singulares del arte estadounidense, un estilo tan impecable, industrial y distante que solo podía definirse con una palabra: "cool".

Una Cuestión de Actitud: El Choque de Dos Costas
Para entender la revolución de Los Ángeles, primero hay que entender a su rival: Nueva York. La escena artística de los 60 estaba definida por esta polaridad, una batalla cultural entre dos ciudades que no podían ser más distintas.
El Artista como Héroe vs. el Artista como Técnico.
En Nueva York, la figura dominante era la del Expresionista Abstracto: el genio atormentado. La leyenda de Jackson Pollock, luchando con su lienzo en el suelo, salpicando pintura en un trance casi violento, definía la imagen del artista como un héroe existencial. El estudio era un campo de batalla emocional, y la obra, la cicatriz de esa lucha. La pincelada, el gesto, la firma de la mano del artista eran sagrados.
En Los Ángeles, la actitud era la opuesta. Los artistas de la "Cool School" adoptaron una personalidad distante, casi anónima. No se veían a sí mismos como genios torturados, sino como innovadores técnicos. Su estudio no era un ring de boxeo, sino un laboratorio impecable o un taller de alta precisión. El objetivo no era celebrar la mano del artista, sino borrarla por completo, crear objetos que parecieran haber sido fabricados por una máquina perfecta.
La Ciudad Vertical vs. la Ciudad Horizontal.
La geografía misma moldeó el arte. Nueva York era (y es) una ciudad vertical, densa, histórica, casi claustrofóbica. Su escena artística se congregaba en bares oscuros y abarrotados para discutir apasionadamente sobre el futuro del arte. Esa tensión y esa densidad se reflejaban en lienzos cargados de energía y conflicto.
Los Ángeles, en cambio, era una ciudad horizontal, definida por el coche, la autopista y los vastos espacios abiertos. Era una ciudad nueva, sin el peso de la historia europea. El arte se concebía en estudios amplios y luminosos y se exhibía en galerías de paredes blancas e inmaculadas como la mítica Ferus Gallery. Esta sensación de espacio, luz y novedad se tradujo en un arte limpio, expansivo y visualmente sereno.
La Ferus Gallery: El Epicentro del "Cool"
Si la escena de L.A. necesitaba un cuartel general, lo encontró en el 736A de La Cienega Boulevard. Fundada en 1957 por el artista Ed Kienholz y el curador Walter Hopps, y a la que se uniría un año después el Irving Blum, la Ferus Gallery no era solo una galería. Fue el catalizador, el club y el campo de pruebas para la vanguardia de la Costa Oeste. Su nombre, derivado del latín "ferus" (salvaje), anunciaba sus intenciones: romper con lo establecido.
La dupla de Hopps y Blum era legendaria. Hopps era el cerebro curatorial, un visionario con un conocimiento enciclopédico del arte. Blum era el rostro público, un hombre de negocios impecablemente vestido, con un ojo infalible y el encanto necesario para vender un arte que nadie entendía todavía. Juntos, crearon un espacio que era en sí mismo una declaración de intenciones. Ferus fue una de las primeras galerías "white cube" de la ciudad, con un diseño limpio y riguroso que se distanciaba de los salones recargados. Su atmósfera era seria, ambiciosa, incluso intimidante. No estaban allí para decorar paredes, sino para hacer historia.
Durante sus nueve años de vida, Ferus se convirtió en la plataforma de lanzamiento para casi todos los artistas importantes de la "Cool School", desde Ed Ruscha hasta Robert Irwin. Pero su momento más legendario llegó en 1962, cuando Irving Blum le dio a un artista neoyorquino relativamente desconocido su primera exposición individual en una galería: Andy Warhol. La muestra de las 32 "Latas de Sopa Campbell" no solo fue un hito para el Pop Art, sino que demostró la ambición de Ferus. No querían ser solo la mejor galería de L.A.; querían jugar en las grandes ligas y demostrar que la Costa Oeste era un centro de arte tan relevante como Nueva York.
La Búsqueda de la Superficie Perfecta: El "Finish Fetish"
A mediados de los 60, el crítico de arte John Coplans observó esta obsesión de los artistas de L.A. por los acabados impecables y le dio un nombre que se haría famoso: "Finish Fetish". El término, aunque puede sonar provocador, describía a la perfección una fascinación casi fetichista por crear objetos con superficies absolutamente perfectas, pulidas e industriales.
Esta estética no nació de la nada. Fue una destilación directa de la cultura vernácula de California:
La Cultura Custom: Los talleres de coches hot-rod y custom de L.A. eran laboratorios de innovación. Los artistas observaban cómo los artesanos aplicaban docenas de capas de laca y las lijaban hasta la extenuación para crear colores profundos y superficies sin la más mínima imperfección.
El Surf: La cultura del surf, en pleno apogeo, trajo consigo nuevos materiales como la fibra de vidrio y la resina de poliéster. Las tablas, con sus acabados pulidos, formas hidrodinámicas y colores translúcidos, eran esculturas funcionales.
La Industria Aeroespacial: El sur de California era un centro de la industria aeroespacial, lo que dio a los artistas acceso a tecnologías y materiales impensables en otros lugares, como plásticos industriales, acrílicos y técnicas de fabricación de alta precisión.
Los Innovadores de la Costa Oeste
Aunque estos artistas no firmaron un manifiesto, su trabajo está profundamente entrelazado. Compartían los mismos espacios (la Ferus Gallery era su punto de encuentro), las mismas influencias culturales y, sobre todo, una obsesión compartida por la experimentación técnica. Estaban en un diálogo constante, aprendiendo de los avances de los demás en el manejo de la resina o el vidrio. Por eso, aunque se les define como una "escena", los patrones visuales y técnicos son tan fuertes que muchos historiadores los consideran un movimiento en toda regla.
Larry Bell: El maestro del vidrio. Obsesionado con cómo la luz podía ser un material escultórico, Bell experimentó con técnicas de recubrimiento al vacío usadas en la industria óptica para crear sus famosos cubos de vidrio. Estas piezas no son objetos sólidos, sino trampas para la luz, el reflejo y la percepción, cambiando constantemente según el ángulo del espectador.
Larry Bell, Pink Compass, 1983 John McCracken: El místico de la resina. Sus "planks" —tablones monocromáticos de madera contrachapada, fibra de vidrio y múltiples capas de resina de poliéster— son su firma. La leyenda cuenta que los lijaba y pulía durante semanas, a mano, hasta alcanzar un brillo casi líquido. Para él, no eran esculturas, sino objetos de otro mundo, quizás naves espaciales o portales, que simplemente se apoyaban en la pared, conectando el suelo (nuestro mundo) y la pared (el mundo del arte).

Robert Irwin: El filósofo de la percepción. Su viaje es fascinante. Comenzó como pintor y, en su búsqueda por hacer que la pintura trascendiera el marco, empezó a crear discos de aluminio o acrílico pintados de forma convexa. Al ser iluminados de una manera específica, los discos parecían fusionarse con la pared, proyectando sombras que hacían imposible saber dónde terminaba el objeto y dónde empezaba la luz. Su obra nos obliga a cuestionar el acto mismo de ver.

Billy Al Bengston: El chico malo de la escena. Directamente influenciado por su pasión por las carreras de motocicletas, Bengston incorporó en sus obras la iconografía de ese mundo, como los chevrones y las insignias. Utilizaba técnicas de lacado de coches para lograr las superficies brillantes y metálicas de sus pinturas, uniendo la cultura popular de L.A. con la abstracción del gran arte.

De Wain Valentine: El escultor de la resina a gran escala. Fue un pionero técnico que perfeccionó el uso de la resina de poliéster, creando una fórmula que le permitía verter enormes cantidades de material para crear piezas monumentales y translúcidas. Sus losas, anillos y columnas de colores saturados parecen monumentos hechos de caramelo o de luz solidificada.

Craig Kauffman: Uno de los primeros en experimentar con plásticos industriales. Usaba una técnica de termoformado al vacío para crear relieves sensuales y orgánicos en la pared. Rociados con pintura acrílica brillante, sus obras parecen burbujas de color o joyas industriales, borrando la línea entre la pintura y la escultura.

Comentarios