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La Batalla Artística entre Nueva York y Los Ángeles en los 60

  • Foto del escritor: ACCO
    ACCO
  • 18 sept
  • 4 Min. de lectura

Durante el periodo de la posguerra, la ciudad de Nueva York se consolidó como la capital indiscutible del mundo del arte, estableciendo un paradigma hegemónico a través de la fuerza expresiva del Expresionismo Abstracto. La crítica, los museos y el mercado parecían girar al unísono en torno a este epicentro. Sin embargo, a miles de kilómetros de distancia, en la expansiva geografía de Los Ángeles, una nueva escena artística comenzaba a gestarse, no como una imitación, sino como una consciente y radical antítesis.


McCracken vs DeKooning
John MccCracken vs Willem de Kooning

La identidad del "L.A. Cool" y de movimientos como el "Finish Fetish" no puede entenderse de forma aislada; se forjó en un constante diálogo y oposición a la intensidad de la Escuela de Nueva York. Fue una reacción que transformó las supuestas "desventajas" de la Costa Oeste —su falta de historia, su cultura del automóvil y su industria del entretenimiento— en las bases de un lenguaje artístico completamente nuevo.


En este análisis, exploraremos las diferencias fundamentales entre ambas escenas a través de tres ejes clave: la influencia del entorno urbano, la concepción del rol del artista y la materialidad misma de la obra de arte.


La Geografía del Pensamiento (La Ciudad como Personaje)


El carácter de una ciudad impregna inevitablemente el arte que se produce en ella. Nueva York, en los años 50 y 60, era una metrópolis vertical, densa, casi claustrofóbica. Era una ciudad para caminar, para encontrarse, para debatir. La escena artística giraba en torno a puntos de encuentro físicos como el Cedar Tavern en Greenwich Village, un bar oscuro y ruidoso donde Jackson Pollock y Willem de Kooning discutían sobre el existencialismo y el futuro de la pintura. La energía de la ciudad era neurótica, intelectual y estaba cargada con el peso de la historia del arte europeo, que había encontrado refugio allí durante la guerra.


Los Ángeles era su antítesis. Era una ciudad horizontal, definida no por la calle sino por la autopista, no por la densidad sino por el vacío. Era una "ciudad sin centro", una extensión de suburbios conectados por un flujo constante de automóviles. La vida de un artista no era de encuentros casuales en un bar, sino de largos trayectos solitarios en coche, de estudio a estudio, con la radio como única compañía. El paisaje no era de rascacielos, sino de vallas publicitarias, piscinas y una luz implacable. Este entorno cinematográfico y expansivo fomentó un arte más aislado, introspectivo y visualmente limpio.


El Alma del Artista


La figura del artista en Nueva York era la del héroe existencial. El Expresionista Abstracto era un genio atormentado que se enfrentaba al lienzo como si fuera una arena de combate. La obra de arte era la evidencia de esa lucha, un registro autobiográfico de su psique. La famosa imagen de Jackson Pollock, con el ceño fruncido, moviéndose casi en trance sobre sus lienzos en el suelo, encapsula esta idea: el arte como una expresión visceral, un acto de autoafirmación.


En Los Ángeles, surgió un arquetipo de artista completamente diferente: el técnico distante. Los artistas de la "Cool School" no estaban interesados en mostrar su lucha interna. Adoptaron una actitud de impasibilidad, casi de anonimato. Su trabajo no era una explosión emocional, sino un problema técnico a resolver. Se veían a sí mismos menos como genios románticos y más como innovadores e inventores, colaborando con talleres industriales y experimentando con resinas de poliéster y lacas de coche. Su objetivo era borrar la huella de su mano, eliminar cualquier rastro de su personalidad para que el objeto artístico existiera por sí mismo, con una autoridad fría y silenciosa.


La Superficie del Arte


Nada evidencia más esta dicotomía que la propia superficie de las obras. La estética del Expresionismo Abstracto era "caliente", táctil y orgullosamente imperfecta. La superficie de un cuadro de De Kooning es un campo de batalla de pinceladas violentas, empastes gruesos y colores que chocan. La pintura no solo se ve, casi se puede sentir su textura, su peso, su energía. La superficie es el registro honesto y sin filtros de un proceso físico y emocional.


La estética que dominó en Los Ángeles fue la del "Finish Fetish", una búsqueda obsesiva de la superficie "fría", lisa e industrialmente perfecta. Ya fuera en los cubos de vidrio de Larry Bell, los "planks" de resina de John McCracken o las pinturas de Billy Al Bengston, el objetivo era el mismo: crear una superficie inmaculada, sin pinceladas, sin errores, sin ninguna evidencia de que una mano humana la hubiera creado. La superficie no era un registro de una acción, sino una barrera reflectante, una piel perfecta que ocultaba su interior y reflejaba al espectador y al mundo. Era una estética pulcra, precisa y cerebral.


Una Rivalidad Productiva


La batalla entre el "caliente" Nueva York y el "frío" Los Ángeles no tuvo un ganador, porque no se trataba de una competencia, sino de la creación de una alternativa. La intensa oposición al paradigma neoyorquino fue precisamente el catalizador que obligó a los artistas de la Costa Oeste a definir qué los hacía diferentes. Al rechazar la emoción gestual, el peso de la historia y la figura del artista como héroe, forjaron un lenguaje artístico propio, auténtico y profundamente ligado a su entorno. Esta rivalidad no empobreció al arte estadounidense, sino que lo enriqueció, demostrando que había más de una manera de ser radical, y que las grandes ideas también podían nacer bajo el sol frío y brillante de California.

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