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Muralismo Mexicano: El Arte que Salió a la Calle

  • Foto del escritor: ACCO
    ACCO
  • 2 oct
  • 4 Min. de lectura

Diego Rivera, Epopeya del pueblo mexicano, 1929 -1935
Diego Rivera, Epopeya del pueblo mexicano, 1929 -1935



Imagina un país saliendo de una década de guerra civil. Una nación en ruinas, con el eco de los disparos todavía resonando en el aire y la tierra manchada de sangre. Alrededor de 1920, México era una nación que necesitaba reconstruirse, pero la tarea no era solo levantar edificios, sino forjar un alma. ¿Cómo se unifica un pueblo fracturado, con una población mayoritariamente analfabeta y una identidad cultural que durante siglos había mirado a Europa dándole la espalda a sus propias raíces? En esta encrucijada histórica, el nuevo gobierno revolucionario tomó una de las decisiones más audaces del siglo XX: decidió que el arte no sería un lujo, sino una herramienta de estado. Y su lienzo no sería la tela, sino los muros de la nación.


Un País Naciendo de sus Cenizas


Para entender la urgencia del Muralismo, hay que entender la herida de la Revolución. México era un país de profundas contradicciones. Por un lado, una élite educada que hablaba francés, leía a los poetas europeos y decoraba sus mansiones con arte importado. Por otro, una inmensa mayoría de campesinos e indígenas que no sabían leer ni escribir, y cuya historia había sido sistemáticamente borrada de la narrativa oficial. La Revolución había sido peleada por ellos, pero ahora, ¿cómo se les integraba a la construcción del nuevo México? ¿Cómo se les contaba que ellos, los olvidados, eran ahora los protagonistas?


El nuevo gobierno entendió que necesitaba un nuevo relato, una épica nacionalista que fuera accesible para todos. Necesitaba crear un nuevo panteón de héroes, reemplazar a los virreyes con Cuauhtémoc, a los aristócratas con Emiliano Zapata. Necesitaba una historia que el campesino en Yucatán y el obrero en Monterrey pudieran entender y sentir como propia. Necesitaba un libro de historia para un pueblo que no podía leer.


Capítulo 2: La Convergencia Histórica: Un Visionario y una Generación de Titanes


La creación del Muralismo no fue un decreto, fue una convergencia histórica casi milagrosa. Por un lado, un Estado con una necesidad; por otro, una generación de artistas geniales que ya estaban buscando una revolución propia. El hombre que unió ambas fuerzas fue José Vasconcelos.


José Vasconcelos
José Vasconcelos

Nombrado Secretario de Educación Pública, este intelectual torrencial, conocido como el "Apóstol de la Educación", tuvo la visión de una "alfabetización visual". Pero sabía que una visión de esa magnitud necesitaba profetas que la pintaran. En México ya estaban David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, experimentando con un arte de crítica social. Pero la figura más célebre, Diego Rivera, era un maestro del cubismo en París.


La historia del regreso de Rivera es legendaria. Vasconcelos le envió un mensaje que era una tentación irresistible: le ofreció algo que ningún mecenas europeo podía igualar, no un lienzo, sino los muros de una nación entera. Le pidió que regresara para ayudar a inventar una vanguardia puramente mexicana. Rivera aceptó. La leyenda, contada por el propio Rivera, añade un toque cinematográfico: se dice que Vasconcelos, para sellar el pacto, le dio un revólver y un fajo de billetes, diciéndole que recorriera el país, que redescubriera las raíces de su pueblo. Cierto o no, el gesto captura el espíritu de la misión. Y el viaje ocurrió: a su vuelta en 1921, Rivera emprendió una inmersión total por Yucatán y Tehuantepec, financiada por Vasconcelos, donde absorbió la monumentalidad del arte prehispánico que definiría su estilo. Al reunir a estos titanes, Vasconcelos no estaba simplemente contratando pintores; estaba proveyendo el escenario para una revolución cultural.


Los Tres Pilares de un Arte Revolucionario


El movimiento que nació de esta convocatoria se basó en un conjunto de ideas tan monumentales como sus obras. No era solo un estilo, era un proyecto con una ideología clara, fundada sobre tres pilares:


  1. Función Pública y Educativa: El principio fundamental era que el arte debía abandonar los salones privados y las galerías de la élite. Su lugar estaba en la calle, en los espacios públicos, donde pertenecía a todos. El artista ya no era un bohemio que creaba para sí mismo, sino un trabajador cultural al servicio de la sociedad, con una misión didáctica.

  2. Revalorización de lo Mexicano: Se debía crear una nueva iconografía. Los muros se llenaron de la historia de México, pero contada desde una nueva perspectiva. Se exaltó la grandeza de las civilizaciones prehispánicas, se glorificaron las luchas de los obreros y campesinos, y se inmortalizó a los héroes de la Independencia y la Revolución. Fue un acto de recuperación de la identidad nacional.

  3. Rechazo al "Arte de Caballete": Se promovió el mural como la forma más elevada de expresión, por encima de la pintura de caballete. Un mural era permanente, era parte de la arquitectura y era propiedad de la nación. En contraste, un cuadro de caballete era visto como un objeto burgués, privado y sujeto a la especulación del mercado.


Capítulo 4: El Manifiesto: La Voz de los Artistas


Esta ideología no fue una imposición del gobierno, sino una declaración de principios de los propios artistas. En 1923, liderados por Siqueiros, publicaron el "Manifiesto del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores". Este documento es el acta de nacimiento ideológica del movimiento, y en él declararon su credo con una fuerza innegable:

"Repudiamos la pintura llamada de caballete y todo el arte de los círculos ultraintelectuales, porque es aristocrático, y glorificamos la expresión del Arte Monumental porque es una propiedad pública."

Para ellos, la pintura de caballete era un arte individualista, destinado a la especulación en salones privados. El mural, en cambio, era colectivo, público y revolucionario. No se veían a sí mismos como propagandistas del gobierno, sino como artistas con una misión social autoimpuesta, y encontraron en el Estado un aliado histórico para llevarla a cabo a una escala masiva.


Un Proyecto de Nación


El Muralismo Mexicano fue mucho más que un estilo artístico; fue uno de los proyectos socioculturales más ambiciosos del siglo XX. Fue el momento en que un país decidió usar el arte para sanar sus heridas, educar a su gente y forjar una identidad de la que sentirse orgulloso. Redefinió por completo la función del arte y del artista en la sociedad, y sentó las bases para los titanes —Rivera, Orozco, Siqueiros— cuyas historias y obras maestras exploraremos a lo largo de este mes.

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