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Lucy R. Lippard: La Crítica que Escribió el Manual del Arte Conceptual

  • Foto del escritor: ACCO
    ACCO
  • 31 ago
  • 4 Min. de lectura

Todo movimiento radical, por muy potente que sea, necesita un traductor. En medio del caos creativo, del estruendo de las nuevas ideas y de los gestos que rompen todas las reglas, se necesita una voz lúcida que pueda ver el patrón, que conecte los puntos y que le diga al resto del mundo: "Esto es lo que está pasando, y es importante". En la revolución artística de los años 60 y 70, esa voz perteneció, sin lugar a dudas, a Lucy R. Lippard. Fue mucho más que una crítica; fue la cronista, la teórica y, a menudo, la conciencia de la vanguardia.


Lucy R. Lippard

"La Desmaterialización" - Poniéndole Nombre a la Revolución


Imaginemos el Nueva York de mediados de los sesenta. El Minimalismo había reducido la escultura a su esencia y el Pop Art había dinamitado la frontera entre el arte y la vida. Pero algo más estaba empezando a gestarse en los lofts del SoHo y en las conversaciones de los artistas. Lucy Lippard, una joven crítica inmersa hasta el cuello en esa escena, fue una de las primeras en notarlo. Se dio cuenta de que sus amigos, los artistas más interesantes del momento, estaban perdiendo el interés en los objetos.


El arte estaba dejando de ser algo que se podía colgar, tocar o poseer. Se estaba convirtiendo en un rumor, una idea susurrada, un conjunto de instrucciones escritas en una servilleta, una zanja cavada en el desierto. Era un arte que existía más en la mente que en la materia. Mientras otros críticos se rascaban la cabeza, confundidos, Lippard hizo lo que mejor sabía hacer: observar, escuchar y escribir.


El resultado fue su libro más legendario, "Seis años: La desmaterialización del objeto de arte de 1966 a 1972". Pero este no era un libro de arte convencional. En un gesto de genialidad, Lippard lo diseñó como una obra de arte conceptual en sí mismo. No hay largos ensayos, sino una cronología casi anárquica de extractos, notas, reseñas de exposiciones, manifiestos de artistas y fragmentos de conversaciones. Leerlo es como sumergirse en el torbellino de la época. Su propio formato demostraba su tesis: la importancia del arte ya no residía en el objeto final, pulido y listo para la venta, sino en el proceso desordenado, en la idea efímera, en la conversación que generaba. Le puso un nombre a la revolución: la "desmaterialización".


El Grito Feminista - "Heresies" y la Lucha por la Visibilidad


A principios de los años 70, Lucy Lippard llegó a un punto de inflexión. Se dio cuenta de que analizar las formas y los conceptos no era suficiente. El mundo del arte, que se jactaba de ser progresista y radical, era en realidad un club de hombres descaradamente sexista. Las artistas eran ignoradas por las galerías, ninguneadas por los críticos y borradas de la historia. Para Lippard, esto no era solo una injusticia, era una contradicción intolerable. Su escritura, entonces, se transformó. De la crítica formal pasó al activismo feroz.


Frustrada por la complacencia del sistema, decidió que si las plataformas no existían, habría que crearlas. Junto a un grupo de artistas y escritoras, fundó el colectivo Heresies y su publicación, Heresies: A Feminist Publication on Art and Politics. La revista se convirtió en una leyenda. Era un espacio sin censura donde las mujeres podían teorizar, debatir y publicar ideas demasiado radicales para las revistas de arte dominadas por hombres.


Pero no se detuvo en la escritura. Como curadora, organizó una de las exposiciones más importantes de la época, "c. 7,500", compuesta enteramente por obras de mujeres artistas. Pero en lugar de estrenarla en una gran galería de Nueva York, la convirtió en una muestra itinerante que viajó a pequeñas ciudades y campus universitarios de todo el país. Fue un acto de guerrilla cultural, llevando el arte feminista directamente a las comunidades, saltándose a los guardianes del "art world".


De SoHo a Nuevo México - El Arte como Parte de la Vida


En la década de 1990, después de décadas siendo una de las figuras más influyentes de la escena neoyorquina, Lippard hizo algo que sorprendió a muchos: se mudó a una zona rural de Nuevo México. No fue un retiro para descansar, sino la conclusión lógica de toda su filosofía. Fue su crítica definitiva al centralismo, la elitización y la comercialización extrema del mundo del arte.


Su escritura cambió de nuevo. Dejó de enfocarse exclusivamente en lo que ocurría en las galerías del SoHo para interesarse por el arte que la rodeaba: el arte vernáculo, las tradiciones de los pueblos nativos, el activismo ecologista y la compleja relación entre la tierra y las personas que la habitan. Comenzó a escribir sobre paisajes, política del agua y memoria local. Su propia vida se convirtió en un manifiesto, demostrando que el arte, la política y la vida cotidiana no son categorías separadas, sino una misma conversación.


El Legado


El legado de Lucy R. Lippard es inmenso precisamente porque se negó a ser solo una cosa. No fue solo la crítica que definió el Arte Conceptual, ni solo la activista que luchó por el Arte Feminista. Fue una intelectual nómada, siempre en movimiento, siempre aprendiendo, siempre conectando el arte con las luchas urgentes de su tiempo. Nos enseñó que la crítica de arte, en su forma más elevada, no es un juicio pasivo desde la barrera, sino una herramienta para entender el mundo. Y, a veces, si se hace con suficiente coraje, una herramienta para cambiarlo.

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